El otro día, mientras peinaba a mi hija delante del espejo para llevarla al colegio, divisé mi careto a lo lejos. Desde que nació mi segundo hijo evito mirarme mucho por miedo a lo que pueda encontrar, pero ese día sin querer crucé la mirada conmigo misma y no me gustó nada lo que vi.
Una cara seca, ojerosa, cansada, llena de pecas nuevas provocadas por mis dos embarazos, pequeñas pero existentes, arruguitas debajo de los ojos y otras imperfecciones que antes no estaban ahí. Según mi marido ahora tampoco están, pero yo se que me miente para que me calle.
Así que decidí ponerme manos a la obra, soy desasido joven para abandonarme a las inclemencias de mis hijos. Lo primero que hice fue llamar a mi madre y comentarle mi problema. Como todas sabemos, madres no hay más que una, y cunado tienes hijos la única que sigue preocupándose por tus problemas es tu madre. Ella que siempre está dispuesta a ayudarme salió corriendo de su casa para poner solución a mi envejecimiento prematuro.
Cogimos al enano y nos fuimos a la farmacia del barrio para que el farmacéutico nos recomendara los mejores tratamientos. Permanecimos escuchándole como media hora y finalmente nos convenció, salimos de allí con TODO lo que nos aconsejó, que si crema desmaquillante, que si tónico para después del lavado, que si crema nutritiva de noche, crema de día antes del maquillaje, polvos mágicos antialérgicos, maquillaje con protector solar, crema para el contorno de ojos, crema para fijar la crema del contorno de ojos...
Mi madre y yo solemos hacer esas cosas, de repente un día, en un arranque de optimismo y de buena voluntad, decides que vas a mejorar todos tus puntos débiles y te vas de compras y arramplas con medio mundo, para luego darte cuenta de que lo importante en la vida es la constancia, cualidad de la cual carezco en todo lo que respecta a mis cuidados personales.
Así que llego a casa, y después de escuchar a mi madre repetirme 500 veces cómo es el tratamiento y que de nada sirve comprarlo si no me lo aplico todos los días, lo primero que hago es ponérmelo todo. Todavía estoy a tiempo, dentro de unos días estaré estupenda de nuevo y será como si hubiera dormido a pierna suelta los últimos dos años.
Mantengo mis propósitos tres días exactos, a partir del cuarto me levanto por la mañana corriendo detrás de mi hija para ponerle el uniforme, tardo una hora en conseguir que se beba el zumo, empleo todas mis energías en convencerla para que se tome el desayuno, entre medias le cambio el pañal al pequeño, que el pobre no se queja pero ahí “la” tiene, para luego darme cuenta de que llegamos tarde al cole…
Así que ahí siguen las cremas, esperando encontrar una cara en la que ser útiles, aunque de momento tendrán que esperar.
Una cara seca, ojerosa, cansada, llena de pecas nuevas provocadas por mis dos embarazos, pequeñas pero existentes, arruguitas debajo de los ojos y otras imperfecciones que antes no estaban ahí. Según mi marido ahora tampoco están, pero yo se que me miente para que me calle.
Así que decidí ponerme manos a la obra, soy desasido joven para abandonarme a las inclemencias de mis hijos. Lo primero que hice fue llamar a mi madre y comentarle mi problema. Como todas sabemos, madres no hay más que una, y cunado tienes hijos la única que sigue preocupándose por tus problemas es tu madre. Ella que siempre está dispuesta a ayudarme salió corriendo de su casa para poner solución a mi envejecimiento prematuro.
Cogimos al enano y nos fuimos a la farmacia del barrio para que el farmacéutico nos recomendara los mejores tratamientos. Permanecimos escuchándole como media hora y finalmente nos convenció, salimos de allí con TODO lo que nos aconsejó, que si crema desmaquillante, que si tónico para después del lavado, que si crema nutritiva de noche, crema de día antes del maquillaje, polvos mágicos antialérgicos, maquillaje con protector solar, crema para el contorno de ojos, crema para fijar la crema del contorno de ojos...
Mi madre y yo solemos hacer esas cosas, de repente un día, en un arranque de optimismo y de buena voluntad, decides que vas a mejorar todos tus puntos débiles y te vas de compras y arramplas con medio mundo, para luego darte cuenta de que lo importante en la vida es la constancia, cualidad de la cual carezco en todo lo que respecta a mis cuidados personales.
Así que llego a casa, y después de escuchar a mi madre repetirme 500 veces cómo es el tratamiento y que de nada sirve comprarlo si no me lo aplico todos los días, lo primero que hago es ponérmelo todo. Todavía estoy a tiempo, dentro de unos días estaré estupenda de nuevo y será como si hubiera dormido a pierna suelta los últimos dos años.
Mantengo mis propósitos tres días exactos, a partir del cuarto me levanto por la mañana corriendo detrás de mi hija para ponerle el uniforme, tardo una hora en conseguir que se beba el zumo, empleo todas mis energías en convencerla para que se tome el desayuno, entre medias le cambio el pañal al pequeño, que el pobre no se queja pero ahí “la” tiene, para luego darme cuenta de que llegamos tarde al cole…
Así que ahí siguen las cremas, esperando encontrar una cara en la que ser útiles, aunque de momento tendrán que esperar.
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