Ir con los niños a la playa puede resultar un tanto tedioso, ya que supone ir cargado hasta las orejas de artilugios grandes y aparatosos que hacen de los padres autenticas mulas de carga. Atrás quedaron los días en los que una se echaba la toalla al hombro, ponía rumbo a la playa y se dejaba morir calcinada al sol. Ahora los horarios son rígidos, la sombrilla indispensable, y un cubo y una pala que no falte jamás (en mi caso dos cubos y dos palas que si no tenemos drama).
Este año, por fin, hemos podido disfrutar de la playa por primera vez, la familia al completo, incluyendo, claro está, a mi madre. La verdad es que para los niños ha sido un planazo, han disfrutado como locos y para nosotros ha sido un respiro, pues no ha habido necesidad de entretenerles continuamente o de mediar entre pelea y pelea. Pero no todo el campo es orégano, y la adaptación al nuevo medio nos ha costao lo nuestro.
Los aterrizajes siempre suelen ser un poco duros, pero es que el nuestro ha sido forzoso. El primer día, según pisamos la arena, mi hija alias “mini Jack” no se le ocurre otra cosa que abalanzarse sobre mi cuello y agazaparse sobre él cual garrapata recién salida del gimnasio. Oyes que no había quien se la quitara de encima.
Enana:“Que nooooo, mamaaaa, que no me suelteeees, que no me guta la arena!“
Mamalis: “ A ver hija, mira pisala ya veras, si no pasa nada, si es lo mejor!”
Enana: “Ay, ay, ay, que noooo, que quema, que quema!”
Total que además de las 25 cosas que llevaba encima, también tengo que cargar a la histérica de mi hija, que no paraba de gritar como una descosida. El hermano desde los brazos de mi pobre madre, la miraba con pavor, como diciendo “ Y a esta desequilibrada que le pasa ahora?” (O al menos eso pienso yo que pensaría).
Una vez elegido el sito, nos disponemos a desmontar el campamento. Mi madre deposita al enano en una toalla y me quita algunas cosas de encima. Me paso una hora convenciendo a la loca de mi hija, ante la atenta mirada de numerosos bañistas, de que no pasa nada, que hay muchos niños jugando en la arena, que es súper divertido, etc, etc… Y al final consigo depositarla sobre la arena mojada, que al parecer mola más porque una se ensucia menos.
¿Cual es mi sorpresa cuando me doy la vuelta y diviso a la croqueta de mi hijo rebozado de arena? Perece ser que al gordo sí le había gustado el nuevo medio y se disponía a disfrutarlo al máximo. Vamos que tenía arena hasta en la boca.
Comentario de la enana al respecto: “Eres un locoooo!”
Mi madre, se proclamó encargada de poner la sombrilla, graso error. Varias veces tuvo que salir mi marido corriendo detrás de la maldita sombrilla. Aunque la verdad, no me extraña porque la jodia llegaba, pinchaba levemente el palo en la arena, y se quedaba tan ancha, “ala, aquí nos quedamos.” Un día rescatando la sombrilla de las inclemencias del viento, no se le ocurre otra cosa que sujetarla a favor del viento. Esta se venció y mi madre, siguiendo con la tradición familiar de histéricas empedernidas, se puso a gritar “se vaaaaa, se vaaaaaaa, se vaaaaa!” ante la perpleja mirada de mi marido y mis hijos que se encontraban jugando en la orilla, por no hablar de los veraneantes que nos rodeaban, que casi formaron corrillo alrededor de mi madre y su drama.
Total que de esta guisa han transcurrido los días estivales, poco a poco nos hemos ido adaptando, hasta que al final nos hemos convertido en verdaderos expertos en el tema. Mi hija siempre precavida y procurando mantenerse limpia en la medida de lo posible, y mi hijo rodando cual croqueta. Una pena tenernos que volver, con lo adaptados que estábamos. ¿El año que viene habrá que empezar de cero? Ay madre que solo de pensarlo me dan los sudores.
Este año, por fin, hemos podido disfrutar de la playa por primera vez, la familia al completo, incluyendo, claro está, a mi madre. La verdad es que para los niños ha sido un planazo, han disfrutado como locos y para nosotros ha sido un respiro, pues no ha habido necesidad de entretenerles continuamente o de mediar entre pelea y pelea. Pero no todo el campo es orégano, y la adaptación al nuevo medio nos ha costao lo nuestro.
Los aterrizajes siempre suelen ser un poco duros, pero es que el nuestro ha sido forzoso. El primer día, según pisamos la arena, mi hija alias “mini Jack” no se le ocurre otra cosa que abalanzarse sobre mi cuello y agazaparse sobre él cual garrapata recién salida del gimnasio. Oyes que no había quien se la quitara de encima.
Enana:“Que nooooo, mamaaaa, que no me suelteeees, que no me guta la arena!“
Mamalis: “ A ver hija, mira pisala ya veras, si no pasa nada, si es lo mejor!”
Enana: “Ay, ay, ay, que noooo, que quema, que quema!”
Total que además de las 25 cosas que llevaba encima, también tengo que cargar a la histérica de mi hija, que no paraba de gritar como una descosida. El hermano desde los brazos de mi pobre madre, la miraba con pavor, como diciendo “ Y a esta desequilibrada que le pasa ahora?” (O al menos eso pienso yo que pensaría).
Una vez elegido el sito, nos disponemos a desmontar el campamento. Mi madre deposita al enano en una toalla y me quita algunas cosas de encima. Me paso una hora convenciendo a la loca de mi hija, ante la atenta mirada de numerosos bañistas, de que no pasa nada, que hay muchos niños jugando en la arena, que es súper divertido, etc, etc… Y al final consigo depositarla sobre la arena mojada, que al parecer mola más porque una se ensucia menos.
¿Cual es mi sorpresa cuando me doy la vuelta y diviso a la croqueta de mi hijo rebozado de arena? Perece ser que al gordo sí le había gustado el nuevo medio y se disponía a disfrutarlo al máximo. Vamos que tenía arena hasta en la boca.
Comentario de la enana al respecto: “Eres un locoooo!”
Mi madre, se proclamó encargada de poner la sombrilla, graso error. Varias veces tuvo que salir mi marido corriendo detrás de la maldita sombrilla. Aunque la verdad, no me extraña porque la jodia llegaba, pinchaba levemente el palo en la arena, y se quedaba tan ancha, “ala, aquí nos quedamos.” Un día rescatando la sombrilla de las inclemencias del viento, no se le ocurre otra cosa que sujetarla a favor del viento. Esta se venció y mi madre, siguiendo con la tradición familiar de histéricas empedernidas, se puso a gritar “se vaaaaa, se vaaaaaaa, se vaaaaa!” ante la perpleja mirada de mi marido y mis hijos que se encontraban jugando en la orilla, por no hablar de los veraneantes que nos rodeaban, que casi formaron corrillo alrededor de mi madre y su drama.
Total que de esta guisa han transcurrido los días estivales, poco a poco nos hemos ido adaptando, hasta que al final nos hemos convertido en verdaderos expertos en el tema. Mi hija siempre precavida y procurando mantenerse limpia en la medida de lo posible, y mi hijo rodando cual croqueta. Una pena tenernos que volver, con lo adaptados que estábamos. ¿El año que viene habrá que empezar de cero? Ay madre que solo de pensarlo me dan los sudores.
ja,ja,ja mi hijo tambien es como el tuyo, rebozadito todo el día, le encanta la playa.
ResponderEliminarPues suerte y que lo pasis bien.La verdad es que os admiro....los padres sois para mi heroes.....yo me alocaria yendo con los "enanos2 a la playa
ResponderEliminarBesos
La verdad, suena bastante estresante!!! Con lo de hoy me siento bastante identificada con "mini-Jack", por lo visto yo de pequeña era igual y odiaba la arena! Así que te puedo asegurar que eso se le pasará, ahora me parezco mucho más a tu hijo que a ella ;)
ResponderEliminarUn beso!
Juer, qué divertido!! Podías hacer unos vídeos de todas estas aventuras!!
ResponderEliminarSi es que es divertidísimo!!! Yo me lo he pasado pipa viéndola. Una pena, porque ya hasta el año que viene...
ResponderEliminarClaro que el año que viene ya no será igual, porque habrá un bebé muy pequeñito con nosotros :)
A mí la playa me da una pereza tremenda y más con niños. Aunque reconozco que, sólo con ver cómo disfrutan ellos, al final acabas disfrutando tú también!
ResponderEliminarYo paso de playa con niños, y si voy es a eso de las cinco y media de la tarde y solo me llevo el bocata de nocilla, la toalla y la ropa de recambio. No he nacido yo para tanto estrés, jiji...
ResponderEliminarja,.ja.ja, mi hijo tb adoptaba el modo croquetil, literlamente de arena hasta las cejas. Oye, para la sombrilla no habéis descuierto el "pincho"? Un invento sencillo y genial. No se vuela de ninguna manera.
ResponderEliminarJajaja, al nuestro la arena le encantó, tanto que no había forma de evitar que se la comiera.
ResponderEliminar¿pero lo habéis pasado bien no? Eso es lo que cuenta. El año que viene uya vendrá.
La verdad es que cuando lo escribes parece superdivertido pero ir con niños pequeños a la playa es macroestresante, y una no disfruta nada, hasta que luego, a tiro pasado, recuerdas el anecdotario y dices: ¿será posible que los dos sean míos? jajajaj Mi hija también tuvo esa etapa de no querer llenarse de arena y colgarse como un mono de mi espalda, menos mal que, al verano siguiente, se le pasó y empezó la operación croqueta, que me permitía relajarme un par de minutos y disfrutar a mí también.
ResponderEliminarbesitos
Pero qué dices, si tiene que ser un gusto tener una hija que no se mancha, que no ensucia la ropa y que no justifica los anuncios de Vip Express, aunque eso de que no coma si ve un grumo ya suena peor...
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